* La incertidumbre destruye a los padres, a las esposas, a los hijos y a las familias completas de las personas desaparecidas, porque “es un dolor duro, difícil, indescriptible”, asegura el obispo Salvador Rangel

 

Alondra García

 

Una carta tras otra. Una súplica, una oración, la foto de otra persona desaparecida. La catedral de La Asunción de María, en Chilpancingo, es el último refugio de las familias mutiladas por la delincuencia organizada.

Afuera, en el jardín central, la vida transcurre tranquila. Bajo la pintura de la última jornada de limpieza quedaron las consignas de la última protesta.

El desgastado pero vigente “Nos faltan 43”, que desde 2014 inundaba las paredes del zócalo, se borró con thinner y estopa.

Adentro, en la catedral de La Asunción de María, las letras aún hablan. No con grafitis ni mucho menos con consignas en la pared.

Aquí, decenas de cartas en pequeños trozos de papel inundan las vitrinas que contienen a los santos de la Iglesia Católica.

Fotos tamaño infantil caen como cascada a los pies de las imágenes religiosas que se ubican en las dos capillas laterales de la catedral. Son los rostros de los hombres y mujeres desaparecidos en Guerrero.

El obispo de la Diócesis Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza, reconoce que la desaparición de personas es una realidad en Guerrero.

Tan sólo la Fiscalía General del Estado (FGE) registró mil 311 denuncias por desaparición de personas en los últimos nueve años. De esta cifra, 313 aparecieron con vida, 54 fueron halladas muertas y 850 aún permanecen desaparecidas.

El obispo de la capital guerrerense advierte que la cifra es mayor. Tan sólo en Iguala, indica, hay un registro de más de 400 personas desaparecidas en los últimos años.

Con cada persona que desaparece, hay una familia mutilada. En la mayoría de los casos, nunca se encuentran los restos de la víctima.

Ante este escenario desesperanzador, las familias buscan consuelo en la Iglesia. Decenas de cartas y fotografías inundan las vitrinas que contienen a las imágenes religiosas.

Estas vitrinas no están hechas para recibir cartas y no cuentan con una rendija para ello. Aun así, las personas se las ingenian para violar el marco de las pequeñas puertas de cristal y deslizar dentro de ellas las fotografías y oraciones por sus miembros desaparecidos.

Ante la certeza de que difícilmente las autoridades encontrarán a sus seres queridos, el único refugio que encuentran las familias es la fe.

“Es el último refugio, pedirle a Dios que se sepa la verdad. De alguna manera la fe ayuda a estas personas. La fe es el arma poderosa y son válidas todas las oraciones”, afirma el obispo.

Sabe que, muchas veces, la incertidumbre destruye a los padres, a las esposas, a los hijos y a las familias completas de las personas desaparecidas. “Es un dolor duro, difícil, indescriptible”, reconoce.

– ¿Qué hace la Iglesia para ayudar a estas familias?, se le pregunta.

-Somos solidarios. Hay un pasaje del Evangelio donde Jesús decía ‘vengan a mí todos los fatigados, los que tengan dificultades y encontrarán paz’. Yo creo que la religión y la fe es donde estas personas encontrarán la paz, ese consuelo que buscan, responde el obispo mientras frota vigorosamente una estopa con thinner sobre una de las paredes del Tribunal Superior de Justicia.

Bajo la estopa del obispo desaparece poco a poco la frase “Aguirre Asesino”, que fue escrita por un manifestante durante una de las tantas protestas realizadas por la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.

El obispo Rangel Mendoza fue uno de los promotores de la jornada comunitaria realizada el sábado en el centro de Chilpancingo, con la intención de limpiar y dignificar esta zona histórica de la ciudad.

Para él, la Iglesia es el mejor refugio para los que sufren y la nueva costumbre de llevar fotografías de las personas desaparecidas y cartas para pedir por un familiar desaparecido es “una cosa positiva”.

“Quiero recordarles que Jesús en esos momentos extremos que fue su crucifixión, recurrió a la oración. Cuando estaba en la cruz se puso a rezar los salmos y a pedir perdón por aquellos que lo habían crucificado. La fe, sin duda, es el arma más poderosa que puede tener cualquier persona”, destaca el obispo.

Pero las desapariciones siguen ocurriendo y las cartas siguen llegando. En la catedral de La Asunción de María se acumulan tantas que periódicamente hay que recogerlas.

-¿Qué ocurre con ellas?, se le pregunta.

Rangel Mendoza explica que estos testimonios de familias mutiladas por el crimen organizado son incinerados.

“Cuando se acumulan muchas de estas cartas, nosotros las convertimos en ceniza”, indica.

Se trata de una práctica necesaria para hacer espacio. Los párrocos y el obispo saben que las cartas seguirán llegando.

En algunas ocasiones, explica el obispo, estas cartas se queman junto con las palmas para hacer la ceniza que se utiliza en el miércoles de ceniza.

Rangel Mendoza asegura que el incinerar las cartas no ofende a la memoria de los desaparecidos. El acto principal, dice, es el ofrecimiento que hacen las familias cuando llegan a la Iglesia a pedirle a Dios por ellos.

El obispo de la Diócesis Chilpancingo-Chilapa sabe que las desapariciones de personas no se detendrán.

Por ello, explica que la Iglesia Católica seguirá de la mano de las víctimas. Ahora, en las misas no rezan sólo por los difuntos y los enfermos. Ahora también se clama a Dios por los desaparecidos.

Otros temas por los que también aborda la Iglesia, indica Rangel Mendoza, con la estabilidad política, social y económica de Guerrero.

“Estamos haciendo conciencia”, afirma. Por eso, dice, también mantienen la exigencia de conocer la auténtica verdad histórica sobre los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos.