ALONDRA GARCÍA

 

Pelado y dicharachero, así es el sacerdote católico Gregorio López Gerónimo. “Un cabrón”, diría él. Pero también “un enviado de Cristo” para guiar a un pueblo que vive inmerso en el infierno del crimen organizado.

Nació en 1967, en la meseta tarasca. Tiene 48 años, de los cuales ha dedicado 22 a la vida sacerdotal.

“¡Hola, Alondra!”, saluda jovial al otro lado del teléfono.

“¿Dónde se encuentra, Padre Goyo?”, le pregunto. Y es que el padre Goyo nunca está fijo en su diócesis, en Apatzingán. Él es un cura trotamundos que un día está en alguno de los municipios más pobres y al otro anda recorriendo las universidades, desde las públicas, en México, hasta las más prestigiadas de Estados Unidos.

—“Estoy en medio de dos fuegos. En La Ruana, Michoacán”, responde con una voz poderosa, como quien se sabe valiente al estar parado en un terreno macabro, donde la muerte ronda. Un polvorín.

Ahí, en La Ruana, la mayoría de los habitantes se dedicaban al cultivo del limón, hasta que el cártel de ‘Los Caballeros Templarios’ los despojó de las huertas y mató a los que se opusieron.

Actualmente ya no hay Templarios; la autodefensa los erradicó en una lucha que cobró decenas de vidas.

Hoy nuevo grupo criminal se afincó en La Ruana, el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG). Con su llegada surgió una nueva fuente de empleo: cocinar metanfetamina.

—¿Cómo está?, le pregunto al sacerdote para entablar algo de confianza.

—“Pues aquí trabajando para mejorar las cosas. Ya sabes, en Michoacán hay dos gobernadores”, responde.

—¿Dos gobernadores?, ¿quiénes?

—“Uno es Silvano y el otro es ‘El Americano’. Lo único que tienen en común… ¡es el ano!”, contesta y suelta una sonora carcajada que resuena en la bocina del teléfono. No, su hábito de sacerdote no le ha quitado el desmadre, las malas palabras ni el buen humor.

Silvano Aureoles Conejo es el actual gobernador constitucional de Michoacán, quien llegó al poder postulado por el PRD.

‘El Americano’ es el apodo de Luis Antonio Torres, líder de las autodefensas en Buenavista Tomatlán, en aquel estado.

En diciembre de 2014, El grupo de ‘El Americano’ se enfrentó a balazos con las autodefensas de La Ruana, comandadas por Hipólito Mora Chávez. El saldo fue de 11 muertos.

Actualmente, ‘El Americano’ es señalado como uno de los principales cómplices del Cártel de Jalisco Nueva Generación. Por eso, el sacerdote Gregorio López Gerónimo ve en él a un enemigo del pueblo.

Pero, ¿qué llevó a un joven a convertirse en sacerdote y posteriormente a encabezar la lucha contra la delincuencia organizada en Michoacán?

La pregunta le agrada a López Gerónimo, quien comúnmente es cuestionado por la prensa sobre sus acciones, pero no sobre las causas.

—“Yo fui un niño travieso, un joven inquieto con muchas interrogantes y una formación sólida en la fe cristiana y las buenas costumbres. Fui formado en una familia cristiana y en esas inquietudes, en ese cuestionar a la vida, encontré a un hombre que fue un referente, el Papa Juan Pablo II”.

—¿Qué viste en él?

—“Ese hombre me entusiasmó, me gustó. Yo lo empecé a admirar antes de la caída del Muro de Berlín. Era un hombre que cuestionaba a los sistemas, que cuestionaba a la corrupción y que invitaba a la revolución de las ideas. Yo admiro mucho a Juan Pablo II, al hombre que convocó a grandes líderes como Ronald Reagan y Mijaíl Gorvachov y los animó a estrechar la mano”.

—¿Fue tu única motivación para convertirte en sacerdote?

—No. También leí a un hombre michoacano, al obispo Vasco de Quiroga. Fue un referente en mi adolescencia y un referente en mi vocación sacerdotal, por querer ser el líder que llevara al pueblo a un cambio, al mejoramiento”.

—¿Y cómo guiar a tu pueblo?

—Hay que acercarse a los humildes, a los desarrapados y tenderles la mano como sacerdote. No se trata sólo de llevar un discurso de esperanza, porque la esperanza no llena la panza del que tiene hambre.

—Usted encabezó el surgimiento de la autodefensa en Apatzingán y hasta la fecha sigue respaldando a estos grupos. ¿En qué momento combinó la sotana con el fusil?

—“Como tal, yo nunca he estado metido entre las armas”—, aclara López Gerónimo y hace una pausa, como analizando su respuesta. —“He apoyado, pero como tal nunca he andado con un rifle, nunca le he apuntado a alguien, pero sí apoyo”—.

—Entonces, ¿de qué manera los apoyó?

—Mi trabajo fue exigir a las autoridades judiciales y ministeriales que cumplieran con su deber. Tuve que enlodarme, meterme entre ellos. Por ejemplo, hubo ministerios públicos que no estaban haciendo su trabajo y nos metimos a exigirles justicia expedita, limpia y pronta. También a los policías municipales que no estaban cumpliendo con su papel, que en cambio eran halcones de los Templarios, les exigimos que trabajaran y lo denunciamos públicamente”.

En este punto de la entrevista, el sacerdote Gregorio López Gerónimo habla más a prisa. Su voz se escucha eufórica, emocionada. Pareciera que las ideas revolotearan en su cabeza, todas juntas, como mariposas encerradas que luchan por salir.

—“Mi trabajo no ha sido con las armas, sino con las ideas. Yo no trabajo con proyectiles, yo trabajo con proyectos. Mi arma es la razón, no la pasión. Es educar en el bien común, ser un revolucionario de las ideas”—, explica.

López Gerónimo es todo, menos un sacerdote ortodoxo. Su nombre y su rostro se hicieron famosos gracias a una fotografía publicada en enero de 2014 que llegó hasta El Vaticano. En ella se ve su rostro enérgico, firme. A su costado derecho, una cruz de madera con un Cristo de plata. Sobre su sotana negra, un chaleco antibalas del mismo color.

En ese entonces, la delincuencia se había apoderado de Apatzingán y él se cansó de celebrar misas fúnebres con ataúdes que contenían cuerpos humanos desmembrados, víctimas del crimen organizado.

También se cansó de ver cómo desaparecían sus feligreses y de saber cómo eran extorsionados, desaparecidos, secuestrados, asesinados y acosados por el cártel de ‘Los Caballeros Templarios’.

Por eso un día llamó a los medios. Se puso un chaleco antibalas para celebrar una misa y declaró que Apatzingán se encontraba en “estado de guerra”.

Después de iniciar el movimiento de autodefensa en Apatzingán, la Federación envió grupos de la Policía Federal para resguardar el municipio. El sacerdote se ríe al recordar una anécdota famosa que ocurrió en los primeros días de operación de los federales.

—“Se puso muy dura la situación, muy complicada. Los Templarios se vistieron de reporteros y traían sus chalecos y cámaras como si fueran periodistas. Andaban entre los Federales, riéndose, tomándoles fotos. Yo fui y le dije al comandante ‘¡hey!, mire, ese que acaba de tomarle una foto es el más peligroso de los Templarios’. La respuesta de él fue que no traían orden de aprehensión y por eso no podían detenerlo. Yo le dije ‘lo que usted no trae son huevos’, así que saqué un billete de 20 pesos y se lo extendí. Le dije ‘tenga, para que vaya y se compre unos’, porque eso era lo que les hacía falta”.

Nuevamente las carcajadas de López Gerónimo se desbordan por la bocina del teléfono. Pícaro, como él solo, asegura que después de eso la Policía Federal se sensibilizó y trabajó de la mano con la gente.

Él está seguro que esa debe ser la labor de la iglesia y prueba de ello, indica, es el discurso que el Papa Francisco dijo durante una de las homilías durante su reciente visita a México.

El sumo pontífice llamó a los obispos, sacerdotes y consagrados a no apostarle a “la resignación” en medio de ambientes dominados por la violencia, la corrupción, el narcotráfico, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad.

El Papa incluso se refirió a la resignación como “un pecado” y lo calificó como “una de las armas preferidas del demonio”.

Al respecto, López Gerónimo está seguro de que ha cumplido su misión como mensajero de Cristo.

—“Yo nunca he caído en el pecado de la resignación, en cruzarme de brazos. Ese es un pecado que atemoriza, que como sacerdote te atrinchera en la sacristía. Yo llevo trabajando en la parte social desde el año 2000. Hay sacerdotes que se inclinan por la docencia, otros por la liturgia, otros por la arquitectura, otros por el poder. Yo me he dedicado a la parte social y en la promoción integral de las personas, esa ha sido mi consagración”.

—Entonces, ¿qué es lo que te mueve?

—“A mí no me importan los rituales, ni la liturgia, ni las catedrales, ni las construcciones, ni las comunicaciones. A mí me interesa el desarrollo integral de las personas, del enfermo, del pobre, de la viuda, del preso, del desempleado, de los más vulnerables de la sociedad, a ellos voy a consagrar mi vida, a los hombres de carne y hueso, no a los ángeles. Se la voy a entregar a los enfermos, no a los sanos”.

—¿Cuáles son tus enemigos a vencer?

—“La corrupción, la impunidad, la ignorancia, el desempleo, el narcotráfico. Esos son los verdaderos pecados capitales que está viviendo hoy la sociedad y esos no se van a vencer con las armas, sino con proyectos. Mis municiones son las buenas ideas, no los proyectiles”.

—¿A qué le tienes miedo?

—Miedo le tengo al gobierno y a la iglesia timorata que tiene miedo de dar la cara. Le tengo miedo a la jerarquía de algunos miembros de la iglesia que están muy maliciados por la delincuencia”.

La respuesta del sacerdote es dura, directa. Aquí hace una pausa para tomar aire y nuevamente, sin amedrentarse, tira un golpe contra la Iglesia Católica que lo ha abandonado e incluso se ha deslindado de él en varias ocasiones por apoyar a los grupos de autodefensa y señalar públicamente a la delincuencia organizada.

—“¿Cómo es posible que tengan miedo?”—, cuestiona.

Su voz cambia, se escucha molesto, indignado, impotente.

—“Si yo fuera obispo apoyaría a quien dijera la verdad. Mi gran enemigo son algunos miembros del Episcopado que tienen miedo de que siga trabajando en esta línea. Pero la gente está agradecida y eso ellos no lo ven. El pueblo me respalda porque al abrir la boca hice que ellos brincaran, que salieran de las ataduras de la delincuencia”.

—¿Tiene algún arrepentimiento como sacerdote o como ser humano?

—No, nada. Nunca cometí delito, nunca robé, nunca apunté a alguien con un arma, ni maté, ni difamé a nadie. Me siento muy feliz de lo que he hecho. Puedo morir tranquilamente. Aún no he cumplido al cien por ciento con mi deber, pero me siento contento. Puede que me haya equivocado varias veces, pero lo hice haciendo el bien. Nunca cometí ningún delito canónicamente que hubiera mancillado la Biblia, o un delito judicial que violara la Constitución. Procuré comportarme”.

Actualmente, el sacerdote Gregorio López Gerónimo se encuentra enfocado en la labor comunitaria en La Ruana.

Bajo su tutela se ha construido un asilo de ancianos, una clínica de hemodiálisis, una escuela para niños con capacidades diferentes, una guardería para niños indígenas mixtecos, cuatro módulos habitacionales para jornaleros migrantes y comedores comunitarios.

En Apatzingán dejó un proyecto en el que trabajan 500 viudas. Se trata de una deshidratadora de fruta de la región.

—“Ellas están trabajándole duro y macizo”, cuenta orgulloso.

Su labor, dice, no ha sido fácil y le ha costado la relación con su familia.

—“Me mataron y destazaron a un primo hermano, me secuestraron a un hermano. Por eso vivo alejado de mi familia, porque no quiero que ellos tengan problemas. Yo reconozco que soy de Cristo y levanté la voz porque fui enviado entre los hermanos para ser su portavoz, para liberar al preso, animar a los oprimidos y anunciarle el año de gracia a los pobres”.

Por ello, afirma, nunca va a dejar el ministerio, aunque la jerarquía en la Iglesia Católica le dé la espalda y trate de obligarlo, como ya ha ocurrido.

—“Yo nunca voy a dejar el ministerio, aunque quieran obligarme, yo no firmaría mi renuncia”.