Javier Cadena Cárdenas

 

Cuando el salinismo estaba en su apogeo y al frente del Poder Ejecutivo federal despachaba el mismísimo Carlos Salinas de Gortari, en Estocolmo se llevó a cabo una reunión entre parlamentarios de México y de Suecia, en la cual los diputados y senadores de nuestro país estuvieron a punto de dar un espectáculo mayúsculo de pena ajena ante sus pares nórdicos.

Y es que mientras los priístas defendían a capa y espada al Presidente de la República, los de la oposición lo atacaban con todos los argumentos descalificatorios posibles, y todo sucedía con pasión y ante el asombro de los suecos.

Y así se desarrollaba la reunión hasta que se escuchó una voz ecuánime que en español dijo algo así: compañeros, este tema de la presidencia de México, sólo nos interesa a los mexicanos y su discusión se debe de dar allá y no aquí, así que respetuosamente los conmino a que demos la vuelta a este desaguisado y nos concentremos en los temas que esta importante reunión nos ha convocado.

Ante tal invitación, los legisladores mexicanos hicieron a un lado lo que los dividía y unieron sus voces para atender lo que ahí se planteaba, sin importar los colores políticos a los que pertenecían.

De regreso a México, cuando al interior del grupo parlamentario del entonces partido casi único, se hizo el análisis de los resultados de dicha reunión interparlamentaria, esta anécdota salió a flote y uno de los testigos presenciales, ante el asombro de sus correligionarios, dijo algo así: al senador Porfirio Muñoz Ledo hay que reconocerle que siempre ha sido un hombre de Estado y nunca hará algo en contra de la Nación.

Quienes escucharon esta aseveración guardaron silencio unos pocos minutos y casi en automático aprobaron el informe que presentaban quienes habían asistido a Suecia.

Hoy en día, muchos años después, hay que recordar que en aquella ocasión el concepto “hombre de Estado” fue dicho como una muestra de reconocimiento al comportamiento de un ente político, de un personaje que aún está frente a los reflectores jugando un papel relevante en el acontecer nacional, y que por lo mismo, con certeza, se podrán decir infinidad de anécdotas de él, buenas o malas, pero sin pasar desapercibido y con la atención de propios y extraños.

Y un par de estas anécdotas las ha compartido el mismo Porfirio Muños Ledo.

“En 1976, López Portillo y yo, no éramos del PRI”, le dijo a los periodistas María Scherer y Nacho Lozano, y continuó: “Yo sabía que él no había sido miembro del PRI, pero él no sabía que yo no había sido del PRI. En la primera gira, en el autobús a Querétaro, me preguntó: Oiga Porfirio, ¿usted sabe que yo no soy miembro del PRI? Pues claro que lo sé, conozco su biografía”.

Y apuntó: “¿Y usted?, me preguntó. Yo tampoco”, dice que le respondió y que de inmediato le comentó: “Qué curioso, qué imaginación la de Luis (Echeverría): ni el candidato a la Presidencia ni el presidente del PRI son miembros”.

Dicha anécdota la remató de la siguiente manera: “Son hechos históricos”.

Como también es otro de esos “hechos históricos” el que le haya colocado a Andrés Manuel López Obrador la banda presidencial el pasado uno de diciembre, acción que fue posible, se lo declaró Muñoz Ledo al reportero Álvaro Delgado, gracias a que él mismo se lo solicitó al entonces presidente electo.

Y hay que reconocer que la primera anécdota se dio enmarcada en un proceso absurdo del devenir electoral mexicanos: López Portillo fue candidato único y aun así hizo campaña y, obviamente, obtuvo el cien por ciento de los votos válidos que se emitieron.

También hay que consignar que la segunda anécdota se dio enmarcada en un proceso electoral en el cual el candidato triunfador obtuvo un porcentaje histórico de las preferencias del ciudadano, frente a otros candidatos considerados fuertes contendientes.

“Hechos históricos”, pues.