* Sucedió en Guerrero… era el año 1959
* “Vivos o muertos”, buscaban a gavilleros
* Cayeron 60: fueron alimento para buitres

Jorge VALDEZ REYCEN

La escena era dantesca.
Cientos de aves de rapiña se disputaban a picotazos y graznidos los despojos de más de medio centenar de hombres colgados de los postes del telégrafo.
El hedor putrefacto era insoportable… tardó varios meses. A lo largo de cuatro o cinco kilómetros, entre San Marcos y Cruz Grande, sobre la carretera federal Acapulco-Pinotepa, aquellos que todos sabían eran violadores, saqueadores, ladrones y asesinos pendían de sogas. Eran 60 cuerpos de hombres que alimentaban a los buitres. Así terminaron su vida, con cartelones amarrados en los cuellos y colgados. Nadie los reclamó, ni los identificó. Permanecieron semanas, meses, devorados.
Era el año de 1959. La Costa Chica vivía una dura etapa de violencia, perpetrada por una banda de más de 150 jinetes, todos armados, todos desalmados. Mantenían en zozobra los tramos carreteros entre San Marcos y Cruz Grande. Habían atacado cientos de autobuses “Flecha Roja” y saqueado a pasajeros. Lo mismo a familias que circulaban en sus vehículos particulares. No había ley.
Los gavilleros violaban a mujeres y si los padres o esposos se resistían eran ejecutados cruelmente, a balazos o machetazos. La gente estaba espantada, desesperada. Pidieron ayuda al gobernador del estado, General Raúl Caballero Aburto. Los mandó con el comandante de la 27 Zona Militar de Acapulco. Y éste personalmente se trasladó hasta Cruz Grande, donde escuchó desgarradoras historias de familias enlutadas, mancilladas y con hijos de aquellos facinerosos.
Se colocaron en postes avisos dirigidos a la gente para que denunciara a los delincuentes. Nadie se atrevió. Posteriormente, se advirtió que se pagarían jugosas recompensas en dinero por quien denunciara a los bribones. Nadie habló. Había miedo.
Los saqueos en despoblado, asaltos a autobuses de pasajeros y asesinatos continuaron. Los mañosos desafiaron a los soldados y se burlaron del gobierno.
Los militares permanecieron acantonados en Cruz Grande, en el mismo sitio donde ahora está un Batallón de Infantería. Se hizo una redada desde San Marcos hacia la cabecera de Florencio Villarreal. Y entonces cayeron como diez. “Cantaron” los nombres de los cabecillas. Ya tenían precio sus cabezas. “Vivos o muertos” los reclamaban. Sí, ya eran “hombres muertos”, para venganza de las familias ultrajadas en su honor.
Comenzó la cacería de los otros. Huyeron a Oaxaca, dijeron. Otros al Norte… que a Michoacán. En fin. Total fueron encontrados 60 hombres colgados de los postes del telégrafo. Nadie se adjudicó la autoría de la masiva ejecución de asesinos, violadores y asaltantes. Nadie les llevó veladoras, ni flores. Nadie supo quiénes eran. Nadie habló. Todos sabían qué eran: despojos humanos para alimento de buitres.
Al año siguiente, cayó Caballero Aburto. Guerrero se convulsionó por esa violencia que tiene su origen en la desigualdad, el asesinato a sangre fría que enerva los sentidos de cualquiera. Aquello comenzó con un hombre colgado de un poste, donde iba a poner una manta.
La Costa Chica vivió una época de corridos, donde hombres se convirtieron en leyendas vivientes con las súper en sus cinturas. Simón Blanco, en Tres Palos; Gerardo Chávez “El Animal”, en Cruz Grande; los Gallardo, de allí mismo; La Mula Bronca, el Zanatón… y decenas de historias más, hechas con música y sangre.
La gente volvió a salir a las calles, a transitar la carretera, a vivir en paz… Eran los 60’s y 70’s… Guerrero vivía etapas de revuelta; de gobiernos inestables, improvisados, temporales. Era el terreno fértil para el surgimiento de los caciques, los hombres buenos, los que ponían en su lugar a los curitas y sacerdotes “rojillos”, o a los “maestritos”.
Guerrero era así… bronco, violento, ingobernable.
Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.