Arturo Cuicas

A ver, pues, a exorcizarse un poco que es viernes y ya hace falta. ¿De qué íbamos a hablar? Ah, ya sé, de Miss España, del lenguaje inclusivo y de lo políticamente correcto.
Empecemos con lo último, que es lo que más me molesta: lo políticamente correcto. Lo políticamente correcto. L o p o l í t i c a m e n t e c o r r e c t o. ¿Ven? Nomás de leerlo tres veces hasta se revuelve el estómago.
Y es que ya estoy hasta el gorro que me vengan a mí con ese cuento. Estoy hasta el gorro de que me vengan a decir cómo se deben de decir las cosas para no ofender. Suavecito, pa’ disfrazar la realidad. Hablar ‘a tientas’, con modo, bonito y sin sentido. De que el “Negrito” ya no sea un negrito. Que ahora se llame Nito y sea de piel aperlada.
De que a los negros no les pueda decir negros cuando es evidente que están -adivine usted- ¡bien negros!
De que me vengan con eso de que ya no es “todos” sino “todes” o, peor aún, esa madre impronunciable de “todxs”.
Y no, no se confundan: la inclusión es fundamental. El avasallamiento contra las minorías aun cuando debería ser cosas del pasado, ciertamente no lo es. En pleno Siglo XXI se discrimina y a borbotones: a negros, a mujeres, a homosexuales, lesbianas, a indígenas, a pobres, a discapacitados y a un largo etcétera. Eso se debería acabar, ya, contundentemente, lo más rápido posible para avanzar como humanidad, que mucho tiempo no nos queda.
Sin embargo, la mafufada esa de lo políticamente correcto, tiene la enorme desventaja (descomunal, de veras) de que desvía la atención de lo que realmente es importante. Que hace, pues, que los tercos fijaditos se preocupen más sobre cómo se llama el Negrito y no de su horrendo sabor, que de unos años para acá, va de mal en peor. Digo, si se fueran a tragar la envoltura se entendería… pero no: ¡Nos comemos el desgraciado pastelete horrible, que además de su sabor ya rancio nos deja el riesgo de caer en un coma diabético!
Lo políticamente correcto hace que nos olvidemos de la esencia y lo peor es que tiene toda la intención de agrietar uno de los tesoros más sagrados que tiene el ser humano: el lenguaje.
Sí, entiendo el punto. No es que descalifique por descalificar. El lenguaje es la raíz de todas las cosas que suceden en nuestra mente. A través de él creamos esquemas y a partir de él formamos conceptos y hacemos asociaciones. Por esa razón juega un papel importantísimo en la construcción de nuestras sociedades.
¿Es peligroso? Ciertamente, de alguna manera, lo es. Que si yo voy y le miento la madre a mi vecino, pues claro que mínimo me manda al hospital. Una mentada de madre es un conjunto de palabras que, pronunciadas de tal o cual manera o dirigidas hacia alguien, me puede ocasionar un gran dolor físico.
Pero el lenguaje no mata. Matan las manos del asesino. Mata la mala educación. La vileza del alma del ser humano no es culpa de las palabras, es culpa de las acciones.
Luego entonces, lo que hace falta es criterio. Criterio. C r i t e r i o. ¿Ven qué bonito suena?
El criterio es el que me permite saber qué palabras usar y en qué contexto. Y lo que es más importante: qué puedo hacer y en qué contexto.
Criterio, para entender que decirle negro a un negro no es un insulto, si no lo hago con esa intención. Que “todos”, aunque es una palabra que tiene cierta masculinidad de origen, la puedo usar para referirme tanto a hombres y mujeres sin que por ello tenga que armarse una guerra de sexos.
Criterio, para entender que el humor no mata a nadie, que reírse no es malo y que es bastante justo burlarse de todo y de todos: De negros, mujeres, homosexuales, lesbianas, indígenas, pobres, discapacitados y de un largo etcétera. ¡Ah, claro: y de uno mismo! Principalmente de uno mismo.
El humor también es sagrado y por su santurronería, por su estúpida corrección política, ya jubilamos a “Pepito”, ¡tan buenos que eran sus chistes!
Criterio, para no gastar pólvora en infiernitos.
Ahora sí, digamos juntos y al unísono: Miss España no debería estar en Miss Universo. Ninguna mujer debería estar en Miss Universo. ¿Qué tiene de políticamente correcto poner en fila a un grupo de personas, juzgarlas y premiar a la mejor?
¿Qué tanto dista de la venta de esclavos, donde los exhibían, clasificaban y vendían según su fortaleza física?
¿Qué es lo que la hace mejor a la ganadora? ¿Por qué las demás son peores? ¿Es necesario ese reconocimiento? ¿No acaso todos somos iguales?
¿Quién gana con todo esto? Esa sí me la sé. Los empresarios. Ellos sí que ganan con todo.
Lo dicho: la corrección política anda censurando cosas a tontas y locas –como el fascismo, igualito que el fascismo- sin analizar las cosas de fondo.
Amigos (con ‘o’, aunque se retuerzan, cabronxs): vivan y dejen vivir, respeten al prójimo; ríanse de todo y de todos, pero antes de armar nuevos lenguajes y de poner absurdas reglas para todo, fórmense un criterio. Con ese, sí se pueden lograr grandes cambios.