Alejandro Mendoza

 

Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene Dios, sino del mundo. La anterior es una expresión que puede ayudar a comprender la terrible situación que se enfrenta en las diferentes áreas de la sociedad.
El apego a las cosas materiales, al dinero y al poder, trae consigo serios problemas a las personas. Y es que gran medida es la pauta de los valores existentes que ha impuesto una sociedad hundida en la vanidad y el egoísmo.
El reto para sobreponerse a tal situación no es nada sencillo, pues depende de la voluntad que tenga cada quien, con el fin de que el criterio sobre lo verdaderamente valioso cobre relevancia.
Han sido en las últimas tres generaciones, que los medios de comunicación también han tenido un papel relevante en la cultura consumista y materialista que impera en la mayoría de las áreas de la sociedad.
El mensaje ha sido de constante degradación del pensamiento colectivo de la mutua cooperación y solidaridad, y es desplazado por el beneficio personal a corto plazo. De hecho, prevalece la filosofía: cada quien que se rasque con sus propias uñas.
El anhelar la riqueza o las cosas materiales en esta vida no es nada condenable, el gran problema radica en que la mayoría no sabe en realidad qué hacer con esos beneficios para que se convierta en un bien común.
La tendencia es que una condición cómoda económica y materialmente, es sinónimo de éxito en la vida. Al menos esos son los valores impuestos actualmente. La verdad es que no es así. Sin embargo, es en este escenario donde la gente vive todos los días.
La visión materialista es la que predomina. Y tal situación se agrava con la conducta ambiciosa, codiciosa y llena de avaricia a gente que busca afanosamente enriquecerse y vivir con lujos. En una persona así, la vanidad gobierna su vida.
La vanidad es un mal que corroe a quienes buscan los reflejos y hacerse notar. A quienes su yo les impide colaborar colectivamente en beneficio de los demás. Es muy común observar a personas que se creen, como coloquialmente se dice, la última coca en el desierto. Piensan que todo gira alrededor de ellos y que todo funciona gracias a ellos.
La vanidad es una manifestación de la soberbia y la arrogancia. La persona vanidosa se siente superior al prójimo, ya sea desde un punto de vista intelectual o físico. El vanidoso no duda en destacar su supuesta capacidad cada vez que puede, menospreciando al resto de la gente.
En este sentido, la vanidad encubre un sentimiento de inferioridad y el deseo de ser aceptado por el otro. Al hacer gala de sus virtudes, el vanidoso intenta demostrar que no es menos que nadie (lo que en realidad siente) y espera el aplauso y la admiración de quienes le rodean.
Para la teología cristiana, la vanidad hace que el hombre sienta que no necesita a Dios. Se trata de una especie de auto-idolatría: el vanidoso rechaza a Dios ya que se tiene a sí mismo. La vanidad, de hecho, es uno de los pecados capitales, ya que engendra otros pecados.
El ser humano debe sobreponerse a los beneficios personales de la inmediatez y a la seducción de los valores prevalecientes en la sociedad. Si en realidad desea ser un instrumento de cambio en donde vive, tiene necesariamente que ir a contracorriente de la cultura reinante.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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