*Al asumir como responsable de la Arquidiócesis de Acapulco, el prelado emitió un mensaje de esperanza a los guerrerenses, porque son un pueblo que “ha resurgido de todos los momentos difíciles”

 

Alondra García

 

El nuevo arzobispo de Acapulco, monseñor Leopoldo González González, hizo un llamado al pueblo guerrerense a “mantener la esperanza y la fe” ante el escenario de pobreza, violencia, narcotráfico y corrupción que prevalece en Guerrero, y aseguró que el mal no triunfará.

González González llegó ayer a la Arquidiócesis del puerto en medio de un ambiente de celebración por parte de los feligreses.

El prelado católico fue recibido desde las siete de la mañana en la cabecera municipal de Petatlán, donde realizó su primera liturgia.

Posteriormente se trasladó al puerto de Acapulco, donde encabezó una misa por la paz en la colonia Emiliano Zapata.

Durante su mensaje, el arzobispo Leopoldo González González manifestó su admiración por los guerrerenses porque, a pesar de las desgracias naturales y la crisis de violencia, mantienen “la perseverancia que les da la esperanza en Cristo Jesús”.

“Cuando luego de mi designación me preguntaron cómo veo al estado de Guerrero, yo les dije: Veo un pueblo lleno de esperanza, un pueblo que resurge de su propia esperanza (…). Es un pueblo templado ante la desgracia”, expresó

Prueba de ello, dijo, es que Guerrero “ha resurgido de todos los momentos difíciles” provocados por los fenómenos naturales

Reconoció que “ahora en estos días, en estos años, en estos tiempos” no es la naturaleza “lo que causa dolor a la sociedad”, sino “la pobreza, la violencia, el narcotráfico y la corrupción”.

“Su esperanza tiene fundamento. El Señor Jesús que murió por nosotros y resucitó, nos dice que el mal no tiene la última palabra, que el mal se vence a fuerza de bien. Ustedes son un pueblo de esperanza, que se construye a sí mismo de su esperanza”, expresó.

Por ello, dijo que la labor de la Iglesia Católica debe ser construir la paz en la justicia, la misericordia y el perdón.

El arzobispo González González destacó la labor pastoral realizada por la Iglesia Católica en Guerrero, pues dijo que han tomado las situaciones adversas “como un desafío”.

Indicó que en el centro del Plan Diocesano Pastoral que está por concluir se remarca una frase: “otra realidad es posible”.

En ese sentido, afirmó que sí se puede construir una realidad diferente, porque “el Señor Jesús en su persona hizo presente en medio de nosotros el Reino de Dios”.

“El que murió por nosotros y que ha resucitado, vive a nuestro lado y nos da la fuerza para vencer al mal”, aseveró.

Explicó que “ninguno de nosotros ha sido creado para ser dañino, ni para ser una amenaza para los demás”, puesto que “Dios nos hizo con sus manos y las huellas de las manos de Dios han quedado en nuestra persona”.

Por ello, hizo un llamado a las autoridades y a la sociedad a “construir la paz con la paz”, porque, dijo, “la violencia no se va a acabar con la violencia”.

Para el arzobispo de Acapulco, el camino para lograr la paz debe iniciar con la sanación de las víctimas, pues recordó que en ellas puede “brotar el resentimiento” y generar más violencia a través de la venganza.

“Atender integralmente a las víctimas es construir la paz, es poner cimientos de paz. En una familia, cuando uno de los hijos actúa mal, no se busca eliminarlo sino que cambie de conducta, que todos actuemos bien. Así se hace la paz, de ahí se arranca”, sentenció.

Asimismo, González González llamó a los guerrerenses a “vivir bien, con vida buena”, para lograr que “cambien los tiempos”.

El arzobispo también se dirigió de manera directa a los criminales y los invitó a convertirse en “un bien de Dios”.

Destacó que con su labor pastoral, la Iglesia Católica ha sido “un testimonio, un llamado a la conversión para nuestros hermanos que han orientado su vida hacia el crimen y el delito, el engaño y el abuso, para que recapaciten, reorienten su vida y vuelvan a ser la bendición que Dios hizo de cada hombre y de cada mujer que ha creado”.

Insistió en que la paz no se logrará con las “propias fuerzas” de cada uno, “sino también con la fuerza del Espíritu Santo”.