* Coletazos de la violencia

* Y el virus Wannacry

 

Isaías Alanís

 

En un ambiente ardoroso, la caldera social hizo explosión en México. El enfrentamiento con los Huachicoleros. La mini guerra de ocho días en Reynosa, Tamaulipas, con seis sacrificados. Y el mayo negro de la Tierra Caliente que además de 14 bloqueos, ocho muertos, puso en peligro la estabilidad del estado con mayor producción de opiáceas y centro de procesamiento de amapola, subproductos y ruta de trasiego de cocaína, metanfetaminas y marihuana.

El ADN de la violencia tiene su espiral en los estados con mayor tradición: El Triángulo dorado del norte y en el sur, el principal foco además de Oaxaca, Chiapas y Veracruz, es Guerrero. Entidad con una gran tradición en la siembra y venta de marihuana, amapola como un producto agrario y ahora con la capacidad no solo de sembrarla, procesarla y distribuirla.

En este caldo nutriente que se ha generado en México en tan solo seis décadas, el gobierno federal nada ha logrado pese al despliegue de tropas de la Sedena y Marina, de las policías, federal, estatal y municipales en los estados.

Esta pandemia física se ha extendido no solo a los sectores tradicionales que han sido corrompidos por el flujo inmenso de dólares que genera anualmente este productivo negocio.

Ha gangrenado la base social, como el nacimiento de las autodefensas, y el modo en que han sido inoculadas, pagadas y promocionados por el crimen organizado, se ha constituido en un grave peligro para la estabilidad de la nación; Michoacán es un ejemplo candente.

La descomposición social es diametralmente opuesta a la sufrida por el país durante la instauración de la República. Ahora, con una constitución en manos de vasallos del poder, el desgarramiento ha alcanzado niveles ocultos y a la vista.

En los últimos cuatro sexenios: el de Zedillo Ponce de León, Vicente Fox, Felipe Calderón y EPN, todo en este país ha crecido exponencialmente; corrupción de los órganos de procuración de justicia, de secretarios de Estado, gobernadores y presidentes municipales. La prueba son los exgobernadores que están en el banquillo de los acusados. El caso de Veracruz, fue la gota que derramó el vaso, pero hay más.

¿Cómo corregir esta espiral que se ha convertido en una actividad transversal, no solo a las comunidades, sino a la propia estructura de la República?

El caso de los huachicoleros, palabra que viene de “huachicol”, bebida adulterada, y que los habitantes del “Triángulo Dorado” de Puebla o la “Zona del silencio” han tomado como suya y que le da alma y corazón a todos aquellos que se dedican a la ordeña de los ductos de PEMEX en las comunidades de: Acajete, Quecholac, Tecamachalco, Acatzingo, Tepeaca y Palmar de Bravo. Y que se extiende a San Martín Texmelucan, Amozoc, Esperanza y al estado de Guanajuato. En manos de las bandas: “Tlacuaches” o “Gasparines”, “Nueva Sangre Zeta”, que operan en la Puebla que Moreno Valle dejó en la impunidad y con una deuda millonaria.

Esta disputa entre los huachicoleros de “cuello blanco” y los de a pie, dio como resultado la ejecución extrajudicial de un supuesto huachicolero en la comunidad de Palmarito. ¿Quién controla a quién?

Y en ese vaivén de la espiral, la violencia se multiplicó en Guerrero en la región de la Tierra Caliente con un agravante mediático perfectamente bien pensado, la detención de siete periodistas locales, nacionales y extranjeros, que fueron sometidos por cien hombres armados. La pregunta es muy simple: ¿Qué respuesta podrían tener siete grabadoras, siete cámaras fotográficas, siete celulares contra cien hombres armados?

Esta “detención” exprés, tuvo un objetivo mediático: decirle al estado que ellos son los que controlan el territorio donde corre libremente la droga.

Los que fraguaron esta operación, sabían del impacto en medios nacionales e internacionales, la Comisión de los Derechos Humanos y las organizaciones en defensa de periodistas. Si Veracruz es considerado el estado donde se ha sacrificado a más periodistas, México es una nación considerada peligrosa para ejercer el periodismo.

Lo extraño es que los órganos de inteligencia civil, militar y extranjera no hayan detectado la movilización de cientos de “soldados civiles” que durante días han asolado la Tierra Caliente y mantienen un control férreo de carreteras y municipios.

El levantón exprés de siete colegas es una llamada de atención al Estado mexicano.

No es extraño que en Tlapehuala, Arcelia, San Miguel Totolapan, Ajuchitlán y en casi toda la Tierra Caliente de Guerrero y Michoacán, los grupos delictivos hayan sentado sus reales. ¿Sólo Los Tequileros y La Familia Michoacana se disputan el control del trasiego de drogas en la región? Claro que no.

Uno como ciudadano no sabe si el retén es de soldados o delincuentes.

Y lo que suena extraño, es ¿por qué los marinos y soldados no intervinieron a tiempo para frenar el enfrentamiento entre dos supuestas bandas opuestas en La Gavia?

Cien hombres armados y drogados, según testimonios de los periodistas ¿son insuficientes para despojar de sus pertenencias a siete reporteros?

El mensaje es muy claro.

En medio de este caldo nutriente inflamable de violencia, los periodistas Jair Cabrera, Jorge Martínez, de Quadratín; Sergio Ocampo, corresponsal de La Jornada Guerrero; Hans Máximo Musielik, de Vice News; Pablo Pérez García, de Hispano Post; Alejandro Ortiz, de Bajo Palabra, y Ángel Galeana, de Imagen TV,  salvo el robo de sus pertenencias y el susto, fueron puestos en libertad.

Y el texto dentro del contra texto es cómo fue amenazado Hans Máximo: “si vemos que se detienen en el retén y dicen lo que les pasó, (sic) los vamos a quemar vivos. Ahí tenemos halcones vigilando”.

Si el virus Wannacry está tomando por asalto al mundo de la informática, en México el virus del terror ya rebasó las fronteras de la gobernabilidad.

El coletazo de la violencia es fenomenal. No hay medicina, ni virus, ni políticas públicas, ni ejércitos que la detengan a pesar de clamar por la ley Interior que tiene como muestra para no ser aprobada, la ejecución extra judicial de Palmarito.