* La violencia 3

* Los retos

 

Isaías Alanís

 

Una vez mostrado a vuela pluma un panorama de la violencia en Guerrero, es prudente señalar que en esta avalancha, no todos tienen metidas las manos. Lo escrito es una reflexión simple. El cáncer de la violencia no tiene en Guerrero diez años a partir de La Garita, en Acapulco, como tampoco en México. Dos casos lo demuestran: la matanza de policías municipales en la caseta de cobro de la autopista Culiacán-Los Mochis, en 1985, por policías judiciales. Los municipales fueron atacados con RPG y granadas. La causa, cuidarle las espaldas a un narco que huía. Posiblemente se trató de Rafael Caro Quintero, detenido meses después en Costa Rica.

En Viborillas, Veracruz, una zona olmeca, fueron masacrados por soldados del Ejército, policías federales recién egresados de la academia; los noveles cadetes intentaron detener un cargamento de cocaína y los soldados los acribillaron. ¿Colusión entre policías y ladrones o errores logísticos?

Las dendritas que interactúan entre miembros de los cuerpos de seguridad y delincuentes, se aparean y dan lugar a un impulso nervioso que genera corrupción y complicidad en el gran mapa de esta peligrosa sinapsis entre policías y delincuentes. Y al reverso de la moneda, otra zona vedada: la Secretaría de Hacienda no actúa contra las redes de lavado de dinero y negocios de los más famosos narcotraficantes detenidos, políticos y empresarios, en ese orden. La descarada protección del estado a Humberto Moreira y Marcelo Ebrard, dos casos entre decenas; Fox y su esposa, el dueño de Higa y la pareja presidencial que enfrenta otro quebranto por la boda chafa en la que El Vaticano y los poderes eclesiásticos de México metieron sus santas uñas en las arenas movedizas de corrupción interna y del derecho canónigo con tal de congraciarse con el poder.

 

LOS RETOS

 

En lo referente a Guerrero, existen huecos que se han cerrado y abierto otros. Esta breve reseña no es un ensayo, tampoco un auto de fe, es para abrir brecha y mostrar que hay caminos, si conocemos el pasado, para transformar el presente y futuro de un estado que ya se lo merece y ubicarse en el justo medio.

A cien días de la administración de Héctor Astudillo, le han llovido señalamientos, los más, “pa’ ver” que sacan, otros, sesudos y bien intencionados.

En el camino de la línea recta de Lao-Tze, no existen torceduras, y bajo esa premisa, no hay que “cargarle al muerto las coronas” y echarle la culpa a la actual administración que arranca, por la violencia y la corrupción endémica. Habría que realizar un ejercicio auto crítico de los últimos 30 años de los hombres que han gobernado Guerrero y su impacto en el desarrollo; Rubén Figueroa Alcocer, Ángel Aguirre, René Juárez Cisneros, Zeferino Torreblanca, Ángel Aguirre y Rogelio Ortega.

Diecisiete campesinos asesinados por la policía expulsaron de Casa Guerrero al hijo de otro Rubén, de negro y simpático historial. El interinato de Aguirre fue de refilón; enriquecimiento de su familia y cercanos colaboradores. Al tomar el timón René Juárez, los agoreros decían que iba a superar a su antecesor y antes de regresar a Guerrero como senador, René cantaba todas las noches sus historias en “Las Mañanitas” y antes de dejar su mandato se compró su restaurante en Cuernavaca.

La llegada de Zeferino Torreblanca, por el PRD –empresario quebrado de la derecha— desde el primer día mostró el cobre. Corrupción y nepotismo; sus cuates de parranda y su secretaria particular elevada a la categoría de subsecretaria en Salud, Magaly Serna. En la lista negra de corruptos.

El cuatrienio de Aguirre Rivero en su segunda oportunidad, navegó de fracaso en fracaso; rodeado de “guardianes” que encerraron al Ejecutivo en una burbuja impenetrable. Los resultados fueron aterradores: doble homicidio el 12 de diciembre y los 43 normalistas desaparecidos.

A Rogelio le tocó bailar con la más cojonuda; atado de las manos, con una administración fallida y el estigma de los 43 normalistas, nadó de a muertito sin saber lo que acontecía en Guerrero. Intentó administrar el infierno.

Si el gobierno de Astudillo, como asegura el secretario general de Gobierno, Florencio Salazar Adame, “no le va a temblar la mano para señalar la corrupción y el mal uso que se ha hecho de los dineros públicos”, que inicie el ejercicio y que señalen el resultado de las auditorías y a los causantes del quebranto financiero de Guerrero, sea quien sea.

Y en estas condiciones de falibilidad económica, envejecimiento de los programas retóricos, de la corrupción y malos gobiernos, ¿cómo frenar la violencia y apaciguar a los carteles? Y lo más urgente, implantar un proyecto para Guerrero respaldado por un gobierno para todos con igualdad, justicia, equidad y desarrollo sustentable y un ya basta a corrupción y complicidad intersexenal.

Mover cañadas, planes, costas, barrancos y despertar el espíritu productivo y la fuerza histórica de los guerrerenses, y no dejarle al turismo el trabajo porque los capitales nacionales y extranjeros se embolsan las mejores ganancias.

Estas y otras medidas podrían ser la clave para el despunte exitoso de la administración de HAF y comenzar a luchar contra la violencia en un estado donde la guerra del opio es una realidad insoslayable.

Hacer un diagnóstico crudo, sin ensambles subjetivos, y apropiarse de lo positivo del Plan Nuevo Guerrero y el actual. Y que el resultado de los foros para el Plan de Desarrollo, se lleve a la práctica e iniciar un gobierno abierto, plural de todos y con todos, y cambiarle el rostro a Guerrero en productividad y transparencia.

Que las fuerzas del orden con la tecnología, inteligencia, experiencia y capacidad logística, inicien un operativo y atrapen al objetivo. Son miles los efectivos acantonados en Guerrero como para que no paren asesinatos, extorsiones, cobro de piso, y cese la existencia de otro gobierno dentro del gobierno en algunos municipios del estado.

 

DE REOJO

No falten de aquí al sábado 13 de febrero a las Jornadas  Altamiranistas recargadas en Tixtla. Cultura para todos.